Por qué nos comemos a quienes decimos amar?

Durante mucho tiempo pensé que no, que mantener una alimentación que incluyera productos de origen animal y sentir verdadera preocupación por ellos no era una contradicción.

Sin embargo, la psicología nos ofrece respuestas para comprender cómo opera la relación entre nuestro sistema de creencias y nuestras acciones cotidianas. Para entender los mecanismos que nos permiten vivir cómodamente manteniendo ciertos niveles de incoherencia e hipocresía respecto a nuestros valores.

¿Cómo puede ser que la mayoría de las personas en Argentina conviva con algún animal, los considere parte de su familia, esté en contra del maltrato animal, y aun así se los coman?

Se llama disonancia cognitiva y explica cómo las personas luchamos por mantener la consistencia interna, por asegurar que nuestras creencias, actitudes y conductas son coherentes entre sí. Leon Festinger es el autor de “Theory of Cognitive Dissonance” (1957), obra que revolucionó el campo de la psicología social, analizando cómo cuando percibimos una falta de armonía entre lo que pensamos y lo que hacemos, sentimos tal incomodidad que recurrimos fácilmente al autoengaño.

Es decir, si nuestras creencias no coinciden con nuestras acciones, tenemos dos salidas: o cambiamos nuestra conducta o protegemos nuestra creencia contándonos la historia de la mejor forma posible para reducir cualquier sentimiento de culpa.

Así, elaboramos todo tipo de discursos para continuar fumando aun sabiendo que es perjudicial para nuestra salud. Este hábito suele generar una disonancia entre dos cogniciones: “quiero tener buena salud” y “fumar es nocivo para la salud”. Ante lo cual o dejamos de fumar (con toda la incomodidad que conlleva un cambio de hábitos) o distorsionamos la información que recibimos (quitándole importancia o credibilidad, apelando a casos excepcionales para justificarnos o directamente ignorando determinados datos).

Cuando nos preocupa el sufrimiento de los animales y al mismo tiempo ignoramos sistemáticamente el enorme padecimiento que supone su cría para consumo, cuando somos perfectamente capaces de separar los ingredientes en nuestro plato del animal que un día fueron y al mismo tiempo nos horrorizan las imágenes de los mataderos, la disonancia cognitiva está poniendo su maquinaria en marcha.

Estos mecanismos que operan a nivel individual, no pueden entenderse si no es enmarcados en un ambiente, en un contexto y una cultura que puede ser o no facilitadora de estas alteraciones en nuestra interpretación de la realidad.

La Dra. Melanie Joy, psicóloga, activista y autora de “Por qué amamos a los perros, nos comemos a los cerdos y nos vestimos con las vacas” utiliza el término carnismo para referirse a la ideología dominante que defiende el consumo de productos animales.

La cultura carnista, que asocia el consumo de carne y productos de origen animal a determinados valores como la fuerza o el poder, contribuye significativamente a que las personas preocupadas por el sufrimiento de los animales lleven a cabo diariamente conductas contrarias a sus valores.

LA TEORÍA DE LAS 3 NS

Y la autora lo explica a través de las “3 N”, teoría según la cual, comer carne y productos animales es normal, natural y necesario.

  1. Normal, aquello que la mayoría de las personas de nuestro entorno hace, lo que desde la infancia se nos ha inculcado como propio. “La mayoría de la gente come carne porque la mayoría de la gente come carne”, añade el autor y activista Tobias Leenaert. Y es que cuando nuestros grupos de pertenencia comparten de forma generalizada hábitos y conductas, es particularmente fácil que las normalicemos aun cuando puedan implicar determinadas formas de violencia o supongan una contradicción con nuestros valores.
  2. Natural, argumento basado en la idea de que “siempre lo hemos hecho”, en la evolución del ser humano desde la prehistoria y que asume como condición biológica el consumo de carne y productos animales.
  3. Necesario, desde la creencia de que no podemos sobrevivir ni llevar una vida saludable sin consumir estos productos. Obviando así la aplastante realidad avalada por numerosos estudios científicos e instituciones como la Asociación Americana de Dietética, que confirman que una alimentación basada 100% en productos de origen vegetal es perfectamente saludable.

Estas “3 N” son claves fundamentales para sostener nuestra disonancia cognitiva, para que podamos amar a los animales, preocuparnos por ellos y al mismo tiempo mantener hábitos que implican su sufrimiento y muerte. Son herramientas que la cultura carnista pone a nuestra disposición para facilitarnos el autoengaño y asegurar que la cadena de producción y consumo funciona a pleno rendimiento.

El primer paso es comprender que posiblemente nuestra mente esté continuamente buscando excusas y justificaciones para evitarnos cualquier cambio. Y el cambio hacia un modelo alimentario sin sufrimiento animal pone patas arriba un sólido sistema de creencias, buena parte de nuestra cultura y de lo que entendemos como normal, natural y necesario.

Pero no hay nada tan duro como saber lo que es correcto y no hacerlo. 

Y ustedes? Todavía luchando contra su disonancia cognitiva? Les leemos